Jesuitas en

América

Matrimonio de Martín de Loyola con doña Beatriz Ñusta, y de Don Juan Borja con Lorenza Ñusta
Anónimo
1718, Cusco
Óleo sobre tela con aplicación en pan de oro 175.2 x 168.3 cm

En el año 1540, durante una época de cambios en el saber humano y en el clima religioso en el mundo occidental, San Ignacio de Loyola fundó en Roma la Compañía de Jesús. En esos años, tras una crisis institucional, la Iglesia Católica se planteó como meta afianzar el credo católico entre los fieles.

La Compañía de Jesús se unió a este fin evangelizador a través de un sistema propio: las misiones. Así, los jesuitas se establecieron en distintos puntos de América siendo el Virreinato del Perú uno de los primeros, en 1568.

En nuestro territorio fundaron noviciados, colegios y universidades, fomentaron el estudio de las lenguas nativas, la impresión de libros y predicaron a la población nativa mediante sermones y obras de arte.

En esta obra el artista recoge un tema tradicional en el arte católico, el niño Jesús en brazos de María. Esta representación no enfatiza el aspecto divino de los personajes, sino el vínculo maternal entre la madre y su hijo. Con ello, la iglesia Católica buscaba difundir la fe católica de modo pedagógico y en sintonía con la piedad popular.

El jesuita pintor

Bernardo Bitti

La Virgen con Niño
Atribuido a Bernardo Bitti
(ca. 1600) Cusco
Óleo sobre tela, 46.5 x 37.4 cm

Durante el siglo XVI la pintura y la escultura, entre otras manifestaciones artísticas, tuvieron un papel primordial en la evangelización de las poblaciones americanas. Por ello, como en otras órdenes religiosas, la Compañía de Jesús tuvo artistas entre sus filas.

Uno de ellos fue el pintor de origen italiano Bernardo Bitti, que llegó a Lima en 1576 enviado por la Orden en virtud de sus cualidades como artista. Bitti se estableció inicialmente en la capital pero con el tiempo desplegó su actividad en el sur del virreinato. Sus lienzos, que tomaban como punto de partida la iconografía ideada por la Compañía, narraban y recreaban el imaginario cristiano.

Fue tal la influencia de este artista que su obra marcó un primer momento en el desarrollo del arte virreinal peruano. Hoy en día, piezas atribuidas a su autoría se conservan en las ciudades peruanas de Lima, Arequipa, Cusco, Puno y en Sucre, Bolivia.

La pintura de Bitti, junto a la Mateo Pérez de Alesio y Angelino Medoro se convertiría en la principal influencia formativa para el arte que se desarrollaría en el Virreinato del Perú.


Su estilo se identifica con la etapa tardía del manierismo. Es conveniente aclarar que dicho movimiento artístico surgió en Italia hacia 1520, tras el período más destacado del arte del Renacimiento, aquel protagonizado por Leonardo, Rafael y Miguel Ángel.


No solo sus obras, sino su conocimiento de la tradición y las estampas que trajeron consigo, así como la estela de discípulos que dejaron a su paso, darían forma al arte que vendría.

Las poses poco naturales, pero sumamente expresivas de los personajes, la delicadeza en los detalles en su fisonomía como los rasgos faciales o la postura de los dedos.

La audacia de las composiciones y primeros planos que eliminan por completo el contexto en el que se encuentran los personajes son algunas de las características de este estilo.

Otras atañen al colorido y al papel protagónico de la iluminación en las escenas, que se alejan también de la suavidad y armonía clásicas

Virgen del Cetro
Atribuido a Bernardo Bitti
(ca. 1596) Cusco
Óleo sobre tela, 108 x 69 cm
Cristo de la Caña
Atribuido a Bernardo Bitti
(ca. 1585) Cusco
Óleo sobre tela, 46.7 x 38.2 cm

Así, el manierismo que Bitti, Pérez de Alesio y Medoro traen al Perú está inspirado del refinamiento estético propio del estilo de la época, pero, a la vez, se desarrolla en un clima político y religioso que determina con claridad su función dentro de la sociedad.

Tanto las características propiamente estéticas como las doctrinarias de su arte serán determinantes para el arte virreinal peruano.

Santidad y símbolos en el arte virreinal

La Compañía de Jesús vio cómo se elevaron a santidad a sus más ilustres miembros durante el siglo XVII. En 1622 fueron canonizados Francisco Javier y el fundador de la orden, Ignacio de Loyola, mientras que en 1671 sucedió lo propio con el tercer jesuita más importante, Francisco de Borja. La Compañía cobró gran importancia e influyó de distintas maneras en la sociedad y las artes.

San Francisco Javier con donantes
Anónimo
(ca. 1700) Cuzco
Óleo sobre tela, 147 x 97 cm

En el presente cuadro, observamos a Santa Rosa de Lima bordando las letras «IHS» sobre un manto. Aunque exista una clara similitud con el símbolo de la orden jesuita, no se puede concluir que se trataría del mismo.

A pesar de ello, la santa limeña si tuvo un contacto con la orden durante su vida, puesto que Juan Sebastián Parra y Diego Martínez, religiosos jesuitas, fueron sus confesores e incluisve promovieron las fantasías que Rosa de Lima experimentaba.

Santa Rosa de Lima
Anónimo
Siglo XVIII
Óleo sobre tela,
146.8 x 97.4 cm

Una de las formas de hacerlo fue a partir de los escritos de su fundador, los que tenían por objetivo regular la vida espiritual de los miembros de la orden y de la comunidad cristiana laica. Debido a su aparición en diversas pinturas, una de sus frases más reconocidas es “Ad Maiorem Deus Gloriam” o “A la mayor gloria de Dios”.

Muerte y funerales de San Ignacio de Loyola
Anónimo
(ca. 1700) México
Óleo sobre madera y aplicación de conchaperla, 0.472 x 0.633 cm

En el siguiente cuadro se representa a la escultura medieval que da origen al culto español. Esta devoción madrileña fue introducida en el Perú por el obispo Mollinedo, mediante la construcción de un templo y encargos artísticos en el siglo XVII. En esta obra, al pie de la Virgen está san Ignacio, quien aparece con dos atributos recurrentes en la iconografía jesuita: el monograma IHS y un libro abierto escrito en latín: Ad maiorem Dei gloriam (A la mayor gloria de Dios).

Virgen de la Almudena
Atribuido a Basilio Santa Cruz Pumacallao
(ca. 1680-1700) Cusco
Óleo sobre tela, 219.4 x 151.2 cm
Nave de la Iglesia
Anónimo
(ca. 1700)
Óleo sobre tela, 294.60 x 496.80 cm

La Nave de la Iglesia es una de las alegorías más compleja. El elemento central es la identificación de la Iglesia con una nave, una alegoría de larga data en el cristianismo que alude a la fe como vehículo de salvación. Pero, dadas las dimensiones monumentales del cuadro, este incluye un gran número de personajes y detalles a los que el espectador puede dedicar su atención.

Los tripulantes son distintos santos, entre ellos San Ignacio, apóstoles, místicos y fundadores de órdenes religiosas, y en la parte inferior de la nave vemos a los doctores de la Iglesia, célebres por su erudición y maestros de la fe, que la hacen avanzar con sus remos.

San Ignacio de Loyola
Anónimo
(ca. 1600) Lima
Tela y pasta de yeso policromado, 42.30 x 30.40 cm

En el contexto de crisis de la Iglesia Católica, Ignacio de Loyola decidió fundar una orden religiosa que aportará en la salvaguarda del cristianismo, teniendo como eje la labor educativa y evangelizadora de los pueblos cristianos y no cristianos.

Esta idea fue influenciada por su antigua vida de soldado pues el mismo nombre que puso a su orden, Compañía de Jesús, hacía referencia a un cuerpo militar.

El siguiente relieve retrata al santo con su habitual atributo IHS, letras iniciales del nombre de Jesús en griego como distintivo de la Compañía.

Expansión Jesuita en América

Desde su llegada al Perú, la Compañía de Jesús se hizo cargo de las doctrinas indígenas con el fin de catequizar a la población nativa. Posteriormente, los jesuitas extendieron sus misiones a zonas de difícil acceso en el sur de América, donde adaptaron sus métodos de evangelización en el contexto particular de cada región.

Sin embargo, su continuidad en el territorio peruano tuvo un desenlace abrupto pues en 1767 Carlos III decretó su expulsión. Más allá de las motivaciones que tuvo el rey español, en el caso del Virreinato de Perú, el hecho significó el final de una etapa de pujanza formativa y económica que los jesuitas habían impulsado durante los dos siglos que permanecieron en este territorio.

Mate
Anónimo
(ca. 1900) Lima
Calabaza y plata, 14 x 10.5 x 10 cm

Los jesuitas extendieron sus misiones en el territorio americano, generando un impacto económico en algunas de sus zonas de acción.

Por ejemplo, los jesuitas incentivaron el cultivo de la hierba mate en la cuenca del río Paraná, propia de la región. Para su preparación y consumo, en este territorio, se usó el fruto seco de la calabaza conocido en quechua como mate o mati.

Al extenderse la costumbre, esta palabra pasó a nombrar no solo al contenedor, sino también a la bebida, conocida hoy como hierba mate.

Una de las manifestaciones más suntuosas del arte religioso virreinal fue la platería litúrgica. El atril de altar que se expone muestra diseños alusivos a la fauna y flora local, estilo que se relaciona con las manifestaciones artísticas procedentes de las zonas del Altiplano.

En la zona central de la pieza se encuentra el símbolo jesuita IHS. Debajo de este monograma hay un corazón con tres clavos, que simboliza el sufrimiento de María por la crucifixión de su hijo Jesús.

Atril
Anónimo
(ca. 1800) Cuzco
Plata repujada sobre alma de madera, 34.7. x 47.9 x 25.3 cm

Matrimonios de Martín de Loyola

con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza de Loyola

Matrimonio de Martín de Loyola con doña
Beatriz Ñusta, y de Don Juan Borja con Lorenza Ñusta
Anónimo
1718, Cusco
Óleo sobre tela con aplicación en pan de oro
175.2 x 168.3 cm

Durante el siglo XVI, la mayoría de los matrimonios entre españoles y miembros de la nobleza inca tuvieron por finalidad la obtención de beneficios políticos y económicos.

En la obra se muestra un enlace de este tipo, la boda de la princesa Inca con el capitán Martín García de Loyola, sobrino nieto de san Ignacio de Loyola, y de la hija mestiza de ambos con el nieto de san Francisco de Borja.

Ambos enlaces unían simbólicamente a los jesuitas con la élite inca, reivindicando la posición privilegiada de ambos grupos en el orden colonial, situación que cambió a finales del siglo XVIII.

A la izquierda aparece la pareja formada por Beatriz Ñusta, la última princesa inca, y el capitán Martín García de Loyola, quienes contrajeron matrimonio en 1572, en Cusco.

Martín García de Loyola recibió, por orden del virrey Toledo, la mano de la princesa en recompensa por haber derrotado al último foco de resistencia inca dirigido por Túpac Amaru I, tío de Beatriz Ñusta.

Entre ambas parejas se encuentran, a la derecha, san Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuita y tío abuelo de Martín García de Loyola y, a la izquierda, san Francisco de Borja, Tercer General de la Compañía de Jesús y abuelo de Juan Enríquez de Borja.